LELE : ejemplos concretos en el Lycée franco-bolivien de La Paz (suite)
Voyage, parcours initiatique – Ítaca
La vida de todo ser humano, desde sus inicios, es un viaje. Es un viaje de aprendizaje. Ulises es el prototipo de viajero. Durante todo su viaje, este personaje solo piensa en volver a su tierra, Ítaca y encontrarse con su amada esposa, Penélope. La vida de Ulises se resume en un largo viaje y un recuerdo cada vez más distante. Voy a ilustrar la temática de «Viajes y rumbos iniciáticos» con la ayuda de El camino a Ítaca de Carlos Liscano y con el poemario Ítaca de Blanca Wiethüchter.
Al igual que Ulises, Vladimir (El camino a Ítaca de Liscano) sale de su tierra natal, en este caso Uruguay. Lo que diferencia a estos dos personajes es que, Ulises anhela volver a Ítaca, mientras que Vladimir no tiene ni la más mínima intención de volver a Uruguay.
Es muy interesante que Liscano incluya el relato de Homero en el suyo de manera explícita cuando Vladimir afirma que: “Una vez había tenido que leer un libro muy aburrido escrito por un griego, lleno de dioses y titanes, pero por suerte ya lo había olvidado todo”. Esta afirmación adelanta al lector la travesía de Vladimir que no es tan fantástica o emocionante como la del Ulises de Homero. Sin embargo ambos tienen un viaje en el que la búsqueda de una identidad o su confirmación desempeña un papel muy importante. Esto se refleja mucho más en el personaje de Vladimir que vaga por el mundo para buscar un cambio en su vida y buscar un lugar para poder vivir como él quiere, pues no planea volver a su tierra de origen. Por otro lado, sabemos que Ulises no desea nada más que regresar a su tierra, a su familia.
También, Ulises es mucho más imponente que Vladimir. Ulises pelea por volver a Ítaca, se enfrenta a varias peripecias e incluso es forzado a vivir varios años con Circe. Refleja el movimiento constante en el ser humano, pero al mismo tiempo sabe dónde tiene que llegar, conoce la importancia del regreso. Vladimir, en cambio ni siquiera se esfuerza por aprender el idioma del país al que llega y todas las personas que apenas lo conocen lo califican de «flojo». Vladimir refleja la imagen contraria: conoce su punto de partida, pero desconoce el lugar de llegada. Vladimir parece no tener ninguna meta en la vida, ni siquiera una meta para sus continuos viajes. Además, parece estar consciente de lo que lo diferencia de Ulises cuando afirma: «Yo no tenía ninguna de las dos cosas, ni suerte ni coraje»; pero es cierto que para ambos la vida está predeterminada (para Vladimir, no tiene arreglo: «Después que se nace nada tiene arreglo, uno ya es el que va a ser, mierda o cielo para toda la vida»). De cierta manera, Vladimir no está listo para vivir, nada le importa y todo le da asco. No tiene valores, y es demasiado ensimismado.
Ulises, en cambio, es un hombre dispuesto a hacer todo para encontrarse una vez más con su Penélope. Vladimir siempre está en movimiento, pero por propia voluntad y lo afirma claramente: «Uno es así, aún no ha llegado y ya quiere marcharse». No importa el país, aunque sea el suyo, Vladimir solo quiere salir de ahí, no tiene ningún amor por su tierra, todo lo contrario a Ulises.
Blanca Wiethüchter decide no concentrarse en el personaje de Ulises, sino en Penélope, la mujer que, a pesar de la espera, hace un viaje de búsqueda de su propia identidad: espera el regreso de Ulises, y esta espera se convierte en un cuestionamiento constante de su amor hacia él y el amor hacia sí misma.
Voyage, parcours initiatique – Ítaca
La vida de todo ser humano, desde sus inicios, es un viaje. Es un viaje de aprendizaje. Ulises es el prototipo de viajero. Durante todo su viaje, este personaje solo piensa en volver a su tierra, Ítaca y encontrarse con su amada esposa, Penélope. La vida de Ulises se resume en un largo viaje y un recuerdo cada vez más distante. Voy a ilustrar la temática de «Viajes y rumbos iniciáticos» con la ayuda de El camino a Ítaca de Carlos Liscano y con el poemario Ítaca de Blanca Wiethüchter.
Al igual que Ulises, Vladimir (El camino a Ítaca de Liscano) sale de su tierra natal, en este caso Uruguay. Lo que diferencia a estos dos personajes es que, Ulises anhela volver a Ítaca, mientras que Vladimir no tiene ni la más mínima intención de volver a Uruguay.
Es muy interesante que Liscano incluya el relato de Homero en el suyo de manera explícita cuando Vladimir afirma que: “Una vez había tenido que leer un libro muy aburrido escrito por un griego, lleno de dioses y titanes, pero por suerte ya lo había olvidado todo”. Esta afirmación adelanta al lector la travesía de Vladimir que no es tan fantástica o emocionante como la del Ulises de Homero. Sin embargo ambos tienen un viaje en el que la búsqueda de una identidad o su confirmación desempeña un papel muy importante. Esto se refleja mucho más en el personaje de Vladimir que vaga por el mundo para buscar un cambio en su vida y buscar un lugar para poder vivir como él quiere, pues no planea volver a su tierra de origen. Por otro lado, sabemos que Ulises no desea nada más que regresar a su tierra, a su familia.
También, Ulises es mucho más imponente que Vladimir. Ulises pelea por volver a Ítaca, se enfrenta a varias peripecias e incluso es forzado a vivir varios años con Circe. Refleja el movimiento constante en el ser humano, pero al mismo tiempo sabe dónde tiene que llegar, conoce la importancia del regreso. Vladimir, en cambio ni siquiera se esfuerza por aprender el idioma del país al que llega y todas las personas que apenas lo conocen lo califican de «flojo». Vladimir refleja la imagen contraria: conoce su punto de partida, pero desconoce el lugar de llegada. Vladimir parece no tener ninguna meta en la vida, ni siquiera una meta para sus continuos viajes. Además, parece estar consciente de lo que lo diferencia de Ulises cuando afirma: «Yo no tenía ninguna de las dos cosas, ni suerte ni coraje»; pero es cierto que para ambos la vida está predeterminada (para Vladimir, no tiene arreglo: «Después que se nace nada tiene arreglo, uno ya es el que va a ser, mierda o cielo para toda la vida»). De cierta manera, Vladimir no está listo para vivir, nada le importa y todo le da asco. No tiene valores, y es demasiado ensimismado.
Ulises, en cambio, es un hombre dispuesto a hacer todo para encontrarse una vez más con su Penélope. Vladimir siempre está en movimiento, pero por propia voluntad y lo afirma claramente: «Uno es así, aún no ha llegado y ya quiere marcharse». No importa el país, aunque sea el suyo, Vladimir solo quiere salir de ahí, no tiene ningún amor por su tierra, todo lo contrario a Ulises.
Blanca Wiethüchter decide no concentrarse en el personaje de Ulises, sino en Penélope, la mujer que, a pesar de la espera, hace un viaje de búsqueda de su propia identidad: espera el regreso de Ulises, y esta espera se convierte en un cuestionamiento constante de su amor hacia él y el amor hacia sí misma.
Penélope se convierte en símbolo de la fidelidad y la espera; aunque los últimos dos versos reflejan su duda: ¿Está en una espera pasiva o es acaso su propia travesía?
«¿Crees tú que estoy despierta o será que navego en las aguas de otro sueño?»
Penélope sueña con la llegada de Ulises y lo espera durante el día y durante la noche. Esto se hace evidente gracias a que, la autora separa el poemario en días y noches. Esto se debe a que Penélope sueña despierta pues la ausencia de Ulises le quita el sueño: «Anoche, más anhelante que dichosa, soñé con Ulises regresando a la isla».
Poco a poco la espera hace caer en cuenta del tiempo que pasa, enemigo de todos. Con el tiempo las esperanzas se pierden y los sueños siguen se entremezclan con otros sueños que no se hacen realidad. Para Penélope el tiempo se llevó su hermoso cuerpo y lo afirma con temor: «¡Oh cuerpo mío!». La noche se convierte en el enemigo de Penélope. Durante la noche Penélope tiene los pensamientos más alocados, más sensibles y las dudas más constantes. Durante la noche se encuentra nuevamente con la ansiedad:
«Apurada por la noche que tardaba como si fuera ella la guardiana de mi espera alcancé a hilar dos líneas deshilando otras tres»; «Y, ahí estaba, hila que te hila escribe que te escribe teje que te teje»
Hilar y deshilar muestra la desesperación de Penélope que espera con ansias el regreso de su Ulises. El rey de Ítaca también espera con ansias poder volver a su patria que no es solamente Ítaca, sino también su esposa.
Liscano y Wiethüchter proponen variaciones de estos dos personajes. Ambos resaltan el viaje que emprendieron los personajes, ya sea físico ya moral o espiritual. El lector puede sentirse identificado con estos personajes en el viaje que se está por emprender.
Pablo Colina
Carlos Liscano y Blanca Wiethüchter exploran una faceta muy interesante de la mítica Odisea de Homero con sus obras: El camino a Ítaca (novela de Liscano) e Ítaca (poemario de Wiethüchter). Lo hacen apropiándosela para usarla con nuevos fines literarios y filosóficos. Por un lado, Liscano quiere romper con los estereotipos entorno al tema de la migración de latinoamericanos en Europa y aporta una visión más moderna y pesimista del asunto. Por otro lado Wiethüchter trata de reivindicar la casi eterna espera de un personaje “secundario” en la Odisea: Penélope, tan discreta y astuta pero siempre tan sola y, aquí, perdida.
Haciendo un análisis detallado de ambas obras, encontramos diferentes reflexiones existenciales, puntos de vista contrarios, pero que al final resultan abarcar los mismos temas. Así, veremos en qué medida estos autores se sirven de un mismo mito y cómo presentan y resuelven la problemática del viajero.
El uso del mito en cada obra es distinto, Liscano nos lleva por un periplo agotador que no pretende parecerse en absoluto al de la Odisea, sin embargo el conocimiento de la obra es necesario para comprender las virtudes y carencias de los personajes; mientras que Wiethüchter usa el mito para contarnos el viaje de Ulises desde otra perspectiva, desde el punto de vista de la mujer que lo espera, es otro tipo de viaje.
«¿Crees tú que estoy despierta o será que navego en las aguas de otro sueño?»
Penélope sueña con la llegada de Ulises y lo espera durante el día y durante la noche. Esto se hace evidente gracias a que, la autora separa el poemario en días y noches. Esto se debe a que Penélope sueña despierta pues la ausencia de Ulises le quita el sueño: «Anoche, más anhelante que dichosa, soñé con Ulises regresando a la isla».
Poco a poco la espera hace caer en cuenta del tiempo que pasa, enemigo de todos. Con el tiempo las esperanzas se pierden y los sueños siguen se entremezclan con otros sueños que no se hacen realidad. Para Penélope el tiempo se llevó su hermoso cuerpo y lo afirma con temor: «¡Oh cuerpo mío!». La noche se convierte en el enemigo de Penélope. Durante la noche Penélope tiene los pensamientos más alocados, más sensibles y las dudas más constantes. Durante la noche se encuentra nuevamente con la ansiedad:
«Apurada por la noche que tardaba como si fuera ella la guardiana de mi espera alcancé a hilar dos líneas deshilando otras tres»; «Y, ahí estaba, hila que te hila escribe que te escribe teje que te teje»
Hilar y deshilar muestra la desesperación de Penélope que espera con ansias el regreso de su Ulises. El rey de Ítaca también espera con ansias poder volver a su patria que no es solamente Ítaca, sino también su esposa.
Liscano y Wiethüchter proponen variaciones de estos dos personajes. Ambos resaltan el viaje que emprendieron los personajes, ya sea físico ya moral o espiritual. El lector puede sentirse identificado con estos personajes en el viaje que se está por emprender.
Pablo Colina
Carlos Liscano y Blanca Wiethüchter exploran una faceta muy interesante de la mítica Odisea de Homero con sus obras: El camino a Ítaca (novela de Liscano) e Ítaca (poemario de Wiethüchter). Lo hacen apropiándosela para usarla con nuevos fines literarios y filosóficos. Por un lado, Liscano quiere romper con los estereotipos entorno al tema de la migración de latinoamericanos en Europa y aporta una visión más moderna y pesimista del asunto. Por otro lado Wiethüchter trata de reivindicar la casi eterna espera de un personaje “secundario” en la Odisea: Penélope, tan discreta y astuta pero siempre tan sola y, aquí, perdida.
Haciendo un análisis detallado de ambas obras, encontramos diferentes reflexiones existenciales, puntos de vista contrarios, pero que al final resultan abarcar los mismos temas. Así, veremos en qué medida estos autores se sirven de un mismo mito y cómo presentan y resuelven la problemática del viajero.
El uso del mito en cada obra es distinto, Liscano nos lleva por un periplo agotador que no pretende parecerse en absoluto al de la Odisea, sin embargo el conocimiento de la obra es necesario para comprender las virtudes y carencias de los personajes; mientras que Wiethüchter usa el mito para contarnos el viaje de Ulises desde otra perspectiva, desde el punto de vista de la mujer que lo espera, es otro tipo de viaje.
En El camino a Ítaca se nos presenta el viaje en un sentido más moderno: no se trata de la usual metáfora del inmigrante latinoamericano que tiene que dejar su patria y sacrificarse para traer ingresos mayores a su familia desde el «Norte». En este caso Vladimir, personaje protagonista y “Ulises” de la trama, nos muestra un lado menos heroico de la migración: para empezar deja su propio país por mero desinterés, no le tiene tanto cariño a su familia, no considera al Uruguay como un hogar o una patria a la que hay que volver, sino un país más del que hay que escapar. Recorre una serie de países para no volver al suyo. Es por eso que Vladimir representa al hombre moderno, un hombre en constante movimiento, sin ninguna intención de descubrir lo que realmente busca. En este caso nuestro Ulises no tiene una Ítaca.
El autor deja todo estereotipo euro-centrista y hace de Europa una región infernal y totalmente inhospitalaria. Emplea el término «meteco» para referirse a los extranjeros. La palabra se emplea en un tono despectivo pues cada uno de estos «metecos» son la prueba de lo infelices que son lo inmigrantes en Europa. Se insiste en la soledad, son los marginalizados de la sociedad. Uno de los obstáculos que encuentra Vladimir en Suecia, quizás el más importante, es el de la lengua: el sueco, siendo un idioma completamente diferente al suyo y muy difícil de aprender, representa una barrera para los metecos. Vladimir evita a toda costa aprenderlo, llega a aborrecerlo y esto le lleva a vivir experiencias humillantes, como los trabajos de muy baja calidad que se ve obligado a aceptar. El grado de humillación e indignación es tan alto que toma la decisión, desde el principio de la novela de ser «absolutamente indigno»: pasa por épocas de mucha miseria, sin dinero ni amigos a quienes confiarse. Nuestro Ulises tiene un viaje lleno de Cíclopes y Lestrigones a los cuales prefiere no enfrentarse sino someterse sin intención alguna de defenderse.
Por otra parte, Vladimir tiene una Penélope, Ingrid, que le pide ser constante y dejar de errar por la vida; le da comodidades que no encuentra en otros lugares, además de mucho cariño. Tiene una hija, que para él representa una responsabilidad que prefiere evadir porque “no estaba en sus planes”.
Considerando todo esto, nuestro Ulises sí llega a tener una casa en Suecia, pero desde el momento en que sale de ese hogar, ese país no es más que un lugar en el que sufre profundamente.
Wiethüchter hace otra lectura de la Odisea, y experimenta otro punto de vista totalmente diferente desde Ítaca, donde vive Penélope, la eterna esposa fiel que no deja de esperar al héroe Ulises. En este caso, el mito no se basa en el viaje, sino en la espera, haciendo una alusión al mito mucho más concreta pues no se cambian los nombres de los personajes. Penélope es la protagonista y nos muestra a través de días y noches cómo la espera la ayuda a darse cuenta de muchas cosas. Penélope se queda siete años esperando mientras miles de pretendientes interesados la acechan. Ella, como buena esposa, mantiene siempre vigente la esperanza del regreso de Ulises. Ella es Ítaca, es a ella a quien quiere volver Ulises, y es por eso que en el poemario vemos el meticuloso trabajo al que Penélope se somete para cuidar de sí, de la patria de Ulises. Trata de reparar lo que el tiempo y la espera destruyen en su cuerpo y en el cuarto que ellos compartían. Ella es el puerto y, al serlo, tiene que someterse a la pasividad y la soledad.
Esta espera solitaria la lleva a través de su tejer, un estereotipo femenino que la autora convierte en metáfora del escribir o de la creación, alimento de la ilusión del regreso del ser amado. Al tejer, Penélope crea y hace que las aguas por donde Ulises navega lo dirijan hacía ella, un trabajo desesperado para no acabar en la locura y seguir con la esperanza del regreso de Ulises. Teje en el día para esperar el regreso del amado, pero desteje en las noches por la impaciencia y la desilusión. Noche y día contrastan en ese sentido y hacen que Penélope desee a Ulises y al mismo tiempo odie la espera y se rinda dejando de un lado la esperanza del regreso. Ese hacer para deshacer estanca el tiempo en el que vive Penélope y lo vuelve eterno. Esto la lleva a cuestionarse tanto que empieza a perderse en sí misma en un “naufragio interior”. El viaje interior de Penélope se hace difícil y la Ítaca que ella debe buscar, es decir, la razón por la que ella espera, se hace cada vez más borrosa y absurda. Esto la hace encontrarse con un modo aún más aterrador de enfrentar cíclopes y monstruos: preguntarse y pensar en sí misma, perdiéndose en las aguas infinitas de su ser. Un periplo interno, tan duro de llevar a cabo, que al ser el deseo y esperanza del regreso del ser amado, la lleva al cuestionamiento de sí misma y al cuestionamiento del sentido de su espera.
El autor deja todo estereotipo euro-centrista y hace de Europa una región infernal y totalmente inhospitalaria. Emplea el término «meteco» para referirse a los extranjeros. La palabra se emplea en un tono despectivo pues cada uno de estos «metecos» son la prueba de lo infelices que son lo inmigrantes en Europa. Se insiste en la soledad, son los marginalizados de la sociedad. Uno de los obstáculos que encuentra Vladimir en Suecia, quizás el más importante, es el de la lengua: el sueco, siendo un idioma completamente diferente al suyo y muy difícil de aprender, representa una barrera para los metecos. Vladimir evita a toda costa aprenderlo, llega a aborrecerlo y esto le lleva a vivir experiencias humillantes, como los trabajos de muy baja calidad que se ve obligado a aceptar. El grado de humillación e indignación es tan alto que toma la decisión, desde el principio de la novela de ser «absolutamente indigno»: pasa por épocas de mucha miseria, sin dinero ni amigos a quienes confiarse. Nuestro Ulises tiene un viaje lleno de Cíclopes y Lestrigones a los cuales prefiere no enfrentarse sino someterse sin intención alguna de defenderse.
Por otra parte, Vladimir tiene una Penélope, Ingrid, que le pide ser constante y dejar de errar por la vida; le da comodidades que no encuentra en otros lugares, además de mucho cariño. Tiene una hija, que para él representa una responsabilidad que prefiere evadir porque “no estaba en sus planes”.
Considerando todo esto, nuestro Ulises sí llega a tener una casa en Suecia, pero desde el momento en que sale de ese hogar, ese país no es más que un lugar en el que sufre profundamente.
Wiethüchter hace otra lectura de la Odisea, y experimenta otro punto de vista totalmente diferente desde Ítaca, donde vive Penélope, la eterna esposa fiel que no deja de esperar al héroe Ulises. En este caso, el mito no se basa en el viaje, sino en la espera, haciendo una alusión al mito mucho más concreta pues no se cambian los nombres de los personajes. Penélope es la protagonista y nos muestra a través de días y noches cómo la espera la ayuda a darse cuenta de muchas cosas. Penélope se queda siete años esperando mientras miles de pretendientes interesados la acechan. Ella, como buena esposa, mantiene siempre vigente la esperanza del regreso de Ulises. Ella es Ítaca, es a ella a quien quiere volver Ulises, y es por eso que en el poemario vemos el meticuloso trabajo al que Penélope se somete para cuidar de sí, de la patria de Ulises. Trata de reparar lo que el tiempo y la espera destruyen en su cuerpo y en el cuarto que ellos compartían. Ella es el puerto y, al serlo, tiene que someterse a la pasividad y la soledad.
Esta espera solitaria la lleva a través de su tejer, un estereotipo femenino que la autora convierte en metáfora del escribir o de la creación, alimento de la ilusión del regreso del ser amado. Al tejer, Penélope crea y hace que las aguas por donde Ulises navega lo dirijan hacía ella, un trabajo desesperado para no acabar en la locura y seguir con la esperanza del regreso de Ulises. Teje en el día para esperar el regreso del amado, pero desteje en las noches por la impaciencia y la desilusión. Noche y día contrastan en ese sentido y hacen que Penélope desee a Ulises y al mismo tiempo odie la espera y se rinda dejando de un lado la esperanza del regreso. Ese hacer para deshacer estanca el tiempo en el que vive Penélope y lo vuelve eterno. Esto la lleva a cuestionarse tanto que empieza a perderse en sí misma en un “naufragio interior”. El viaje interior de Penélope se hace difícil y la Ítaca que ella debe buscar, es decir, la razón por la que ella espera, se hace cada vez más borrosa y absurda. Esto la hace encontrarse con un modo aún más aterrador de enfrentar cíclopes y monstruos: preguntarse y pensar en sí misma, perdiéndose en las aguas infinitas de su ser. Un periplo interno, tan duro de llevar a cabo, que al ser el deseo y esperanza del regreso del ser amado, la lleva al cuestionamiento de sí misma y al cuestionamiento del sentido de su espera.
Al contrario de estas dos versiones, el mito verdadero en la Odisea satisface nuestras esperanzas a lo largo de la historia como lectores, y hace del encuentro de Penélope y su Ulises la victoria de ambos. Un final que muestra el sentido del viaje y el sentido de la espera. En Liscano y Wiethüchter no los encontramos. Los personajes al final descubren que sus propósitos no tienen sentido ya que cada quien alimenta una ilusión irreal e imposible. Esto es lo que los mantiene vivos, lo que le da sentido a todo lo que hacen; pero, a lo largo de sus travesías vemos cómo ese sueño que tanto anhelan se va perdiendo en la nada, una nada que les deja claro que vivían en una tremenda ilusión. Vivían en condiciones tan absurdas y hasta dolorosas que se mantenían vivos creando una especie de sueño.
Cada uno de estos autores interpreta la existencia de una manera muy conflictiva; una existencia que solo es sustentable en el sueño y la ilusión. El viaje de nuestros dos protagonistas solo es posible con la esperanza y la imaginación que los lleva a tener objetivos y anhelos inexistentes, con finales quizás decepcionantes para el lector. El hogar que busca Vladimir solo es posible en sueños y el esposo que espera Penélope es una creación ficticia del tejer (o escribir). El encuentro de los amantes no se da sino en el sueño, en el mito. Esa decepción les hace ver a ambos una única escapatoria: la muerte, que es para Vladimir el cesar del dolor, y para Penélope la libertad de deshacerse de la angustia que conlleva el esperar algo indefinido.
Podemos hacer fácilmente una lectura muy dramática de estas dos obras y solo sacar conclusiones muy difíciles con las que lidiar en nuestro propio existir. Aun así, aceptar la vida como un sueño nos da la libertad de vivir. Dar a nuestra imaginación el deber de darnos vida, y contar esta vida para darle sentido es justamente lo que hacen Liscano y Wiethüchter.
Cada uno de estos autores interpreta la existencia de una manera muy conflictiva; una existencia que solo es sustentable en el sueño y la ilusión. El viaje de nuestros dos protagonistas solo es posible con la esperanza y la imaginación que los lleva a tener objetivos y anhelos inexistentes, con finales quizás decepcionantes para el lector. El hogar que busca Vladimir solo es posible en sueños y el esposo que espera Penélope es una creación ficticia del tejer (o escribir). El encuentro de los amantes no se da sino en el sueño, en el mito. Esa decepción les hace ver a ambos una única escapatoria: la muerte, que es para Vladimir el cesar del dolor, y para Penélope la libertad de deshacerse de la angustia que conlleva el esperar algo indefinido.
Podemos hacer fácilmente una lectura muy dramática de estas dos obras y solo sacar conclusiones muy difíciles con las que lidiar en nuestro propio existir. Aun así, aceptar la vida como un sueño nos da la libertad de vivir. Dar a nuestra imaginación el deber de darnos vida, y contar esta vida para darle sentido es justamente lo que hacen Liscano y Wiethüchter.